La población de Cóll se
alza a 1.271 metros de altura en la Vall de Boí. En 2001
tenía empadronados a 28 habitantes y actualmente ha alcanzado la
cifra de 35, esto da una idea de la calma y el sosiego que se respira
en esta pequeña aldea de la provincia de Lleida.
La Iglesia Parroquial
de l’Assumpció de Cóll fue construida entre los siglos XI y
XII, se encuentra en “las afueras” del núcleo de casas, pero
aquí, esta palabra adquiere un nuevo significado de reducidas
dimensiones. Un estrecho sendero hecho, me imagino, por antiguos
agricultores y algún antepasado de la población actual, nos aleja
de la parte más parecida al centro urbano.
Bordeando el camino unas
pequeñas flores amarillas, muy olorosas, invaden el ambiente con una
fragancia penetrante entre curry y Oporto añejo, se trata de matas
de helicriso. En época romana, eran utilizadas hervidas con
vino, para facilitar la micción y para combatir los estados de
nerviosismo. Quizás por eso, las afueras de Cóll quedan tan
“lejanas”, porque el tiempo se ralentiza a medida que respiramos
esta hierba balsámica. En época medieval las doncellas hacían
guirnaldas con estas flores y envolvían sus vestimentas para
protegerlas de la polilla, otra manera de luchar contra el paso del
tiempo.
Y así, reconocemos a
Cóll como la dama del reloj de arena, ya que llegamos hasta
la puerta de la iglesia parroquial sin darnos cuenta. En un lateral
se encuentra el cementerio, las cruces de piedra se mezclan con otras
fabricadas en hierro forjado. Las fechas de las tumbas se enlazan con
los nombres de una misma familia y el camposanto se convierte
en un árbol genealógico eterno.
Alzando la vista se
descubre un robusto campanario, una torre de planta cuadrada
de dos pisos de alto, de estilo gótico y con una diminuta campanilla
en el tejado.
Traspasar la puerta del
templo no es cosa fácil, ya no podemos culpar al pobre elicriso de
tanta lentitud, si no de la maravillosa puerta que tenemos delante.
Como en otras iglesias de este valle, custodiando la entrada a la
iglesia, encontramos un espectacular cerrojo medieval. Está
realizado en hierro forjado y acabado en forma de cabeza de animal,
quizás una res o un pequeño buey en memoria del antiguo Vallis
Bovinus, nombre latín del que proviene Vall de Boí.
Si la abstracción por el
cerrojo nos deja levantar la cabeza, veremos la totalidad de la
portada decorada con un doble juego de columnas y capiteles,
esculpidos unos por un friso ajedrezado y otros, por adornos
vegetales y motivos animales monstruosos, éstos presentan una feroz
batalla entre hombres y bestias que altera la paz de la piedra. En lo
alto de la puerta destaca el bajorrelieve de un crismón; el
símbolo de Jesucristo formado por la cruz y el monograma de Cristo,
está compuesto por las dos primeras letras entrelazadas de este
nombre en griego, con un precioso marco muy trabajado en forma de
cenefa.
En el interior de la
iglesia de una sola nave cubierta por una bóveda de cañón, se
conservan todavía tres pilas románicas: una pila bautismal, una
pila utilizada para el agua bendita y otra pila para el aceite. A
ambos lados de la entrada delicados altares de madera acogen estatuas
de diversas épocas y estilos. El Altar Mayor austero y rudo
se sitúa -nunca mejor dicho- en bloque, con el único adorno de un
Cristo crucificado de madera.
En el exterior, la
decoración escultórica se basa en arcos ciegos que resiguen la
parte superior de todo el perímetro de la iglesia.
Y con esa sinuosidad de
arcos, dejamos esta joya del arte románico catalán que hay que
descubrir.
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